Nota publicada: 2013-08-11
“Nombre, aquí ese Huerta no tiene cabida... ¿el que mató a Madero? ¡Ni pensarlo! Lo rechazaríamos sin dudar mucho", contestó con ímpetu uno de los encargados de mantenimiento del panteón Francés de San Joaquín, al preguntarle por el sitio de la tumba de Don Adolfo de la Huerta Marcor, expresidente de México y exgobernador de Sonora, al que involuntariamente confundió con el dictador de Colotlán, Jalisco.
Quizá el trabajador del panteón no se ha enterado de que Victoriano Huerta renunció a la presidencia -esa sí ilegítima- en julio de 1914 y murió en enero de 1916 en El Paso, Texas, exiliado y conspirando de nuevo contra el gobierno; y que sus restos se quedaron allá.
Otro de los empleados con mayor experiencia, al escuchar el nombre de Don Adolfo, nos sacó de la duda: “Sí, claro, De la Huerta aquí está, en la parte de allá a la izquierda norte... es de los que sepultaron a mediados de los cincuenta, pocos años después de la inauguración del panteón”, afirmó. Y sí, efectivamente, después de pasar por los grandes portones del panteón construido a finales de los cuarenta del siglo XX en donde predominan los apellidos Kamel, Slim, Tanus,Badú, Nacif, Trabulse, Orive, Ogarrio, Legorreta y otros no menos famosos del mundo de la política y las finanzas, uno registra de inmediato el orden y el cuidado del inmueble, aunque sus trabajadores no sepan a ciencia cierta -excepción de sus familiares- dónde está cada quien y quizá hasta ahora registren que también se encuentran los restos de algunos ex presidentes de México.
Antes de ingresar a la zona indicada, por ejemplo, el guía -con cierta jactancia- nos señala con dedo flamígero las tumbas -tipo mausoleo- importantes del panteón: la del general Manuel Ávila Camacho y su esposa Soledad Orozco, ubicadas en una de las esquinas principales del inmueble y con una placa que las identifica. El expresidente que naciera en Puebla en 1897 y muriera en 1955, nueve años después de dejar la presidencia, y doña Soledad, nacida en 1904 y fallecida apenas en 1996.
Un poco más hacia el interior destacan las tumbas de Hortensia Elías Calles (1905-1996), primera hija del general Plutarco Elías Calles, y de su esposo Fernando Torreblanca (1895-1986), que ocupara diversos cargos en los gobiernos de Álvaro Obregón y de su suegro Plutarco.
Ubicada en una de las esquinas más visibles del inmueble -a la sexta avenida con el número 96, entre las calles 2 y 3, muy cerca de las tumbas de Antonio Espino “Clavillazo” y del lugar donde estuviera sepultada la malograda Miroslava así como la actriz de múltiples películas mexicanas Ema Roldán-, se encuentra una lápida de mármol, muy curtida de restos de tierra y arbustos que el tiempo y las lluvias le han pegado, con la inscripción: Adolfo De la Huerta (26 de mayo de 1881-9 de julio de 1955) y Clara Oriol de De la Huerta (11 enero 1884-12 de diciembre de 1967).
“Hasta hace como seis años en cada aniversario del fallecimiento venía un orador a pronunciar algunas palabras sobre la tumba” -informa el guía-. "¿Ya no?" -se le inquiere-. Y responde: "creo que ya lo olvidaron". Lo dice con un dejo de resignación, algo de melancolía y lamento de quienes viven de cerca en el propio panteón una realidad innegable: el abandono cruel y gradual de la memoria histórica, de los seres queridos muertos, útiles en una época, sepultados antes, indiferentes después, olvidados al final.
O como diría Marcenaro: “Los cementerios como lugares que convocan a un tipo especial de locura lúcida y noble. Provocan la ilusión de que los muertos se sobreviven a sí mismos en esta suerte de catedrales del absurdo [...] se entra también a una zona donde los seres vivos dan sentido al lugar mas inverosímil jamás inventado por el hombre”. El panteón, como fuente de la historia, conocimiento vivo y testimonial, y que por desgracia, al igual que las hemerotecas donde algunos cortan documentos para robarlos, también registra robos de sus piezas, objetos y recuerdos que identifican épocas y personajes. También registra los altibajos de la condición humana en la valoración de sus muertos, sus recuerdos y su legado. Algunos muy buenos para presumirlos en el apellido, pero no para la responsabilidad a la hora de mantener vivo el recuerdo del familiar.
Don Adolfo De la Huerta Marcor, nativo de Guaymas, reposa en una tumba extremadamente sencilla de mármol de Carrara. Tiene una base de granito con dos floreros a los lados; que lucen tristes, sucios, descuidados y olvidados. Está adornada con el escudo nacional debajo de la cruz, y reposa bajo ocho árboles del trueno alineados sobre el espacio, con algunos ficos, por donde se cuela tímidamente la luz del sol hacia una superficie de tierra poblada de abundante musgo, dispersa hojarasca, marcada humedad y plantitas de rocío por doquier.
Una parte de la solera de fierro original luce desnuda y oxidada, tomando en cuenta que para sepultar a doña Clara Oriol, doce años después de Don Adolfo (1967), tuvieron que excavar tres metros frente al monumento en la callecita que separa una tumba de otra, a decir del guía.
Ahí descansan los restos de quien ocupara la presidencia de la República del 24 de mayo al 30 de noviembre de 1920. Secretario de Hacienda los primeros tres años de la presidencia de Obregón y aspirante a la sucesión de 1924, enfrentando incluso a Obregón y Calles.
Quizá muy pocos saben que Don Adolfo de la Huerta Marcor fue diputado local a la XXIII Legislatura del Estado de Sonora (1911-1913), teniendo de suplente a Torcuato Marcor, y que desde ahí ayudó a sacar adelante la conflictiva elección municipal de Huatabampo de 1911 al declarar el Congreso a Álvaro Obregón Salido como presidente municipal, instalándolo en el puesto a pesar de que su contrincante Pedro Zurbarán -fallecido en 1923-, el primer presidente municipal de Huatabampo y yerno del general Talamante, ya despachaba como tal. Se demostró que Obregón le había ganado a Zurbarán con los votos del medio rural, aunque éste ganase la mayoría en la cabecera municipal.
En esa legislatura, Don Adolfo fue compañero de Alfredo Caturegli, Flavio Bórquez, Ricardo Laborín, Aureliano Mendívil, Ignacio Bonillas y Manuel J. Güereña. Como miembro del Congreso local, asiste a la Convención de Monclova donde el gobernador Venustiano Carranza es designado el primer jefe de la Revolución. Don Adolfo abrazó desde el principio la causa revolucionaria; nunca titubeó.
Una excelente preparación como técnico contable y una privilegiada voz de tenor afecto al bel canto (estilo operístico) le abrieron las puertas de la capital sonorense.
En 1908 hace militancia en el Partido Liberal Mexicano de Ricardo Flores Magón. El 15 de septiembre de 1913 en Hermosillo es nombrado por Carranza oficial mayor de la Secretaría de Gobernación, y del 19 de mayo de 1916 al 1 de septiembre de 1917 sustituye a Plutarco Elías Calles como gobernador de Sonora.
Es electo senador por Sonora en 1917 y se le comisiona a Yucatán para moderar la crisis política de ese estado. En diciembre de 1917 es nombrado cónsul general en Nueva York. Más que el consulado, el propósito de Carranza era que mejorara las relaciones de México con los Estados Unidos y se adentrara en el problema de la deuda externa. De la Huerta se regresó de Nueva York en diciembre de 1918. Carranza le ofreció la Secretaría de Gobernación, pero la rechazó. Quería gobernar Sonora.
En 1919 se postula candidato a gobernador de Sonora contra Ignacio L. Pesqueira -el candidato de Carranza-, Miguel Samaniego y Conrado Gaxiola, hermano este último de Ignacio, que fuera socio de Obregón en negocios agrícolas. Gana la elección con 21 mil votos contra 11 mil de Pesqueira y nueve mil de Gaxiola. Con De la Huerta y Calles en el gobierno del estado, Sonora vivió una de las etapas de mayor avance en materia laboral y social. Educación, combate a la pobreza, salud y creación de instituciones fue la constante en esos periodos. Como profesores y pequeños empresarios, los dos habían vivido antes el drama de la exclusión, el atraso y la pobreza. No en balde el lema dominante de la época era: “Tierra y libros para todos”. Fundaron la primera escuela Normal y la primera preparatoria.
Con el apoyo del general Juán José Ríos, De la Huerta logra la pacificación de la tribu Yaqui, con la que llevaba excelentes relaciones personales en el Guaymas de principios de siglo.
De diciembre de 1920 a marzo de 1923 se desempeña como secretario de Hacienda. Renuncia al cargo para postularse candidato presidencial. En ese proyecto fue acompañado por los generales Salvador Alvarado, Antonio Villarreal, Manuel M. Diéguez, Fructuoso Méndez, Manuel Chao, Cándido Aguilar, Francisco Coss, Guadalupe Sánchez y Rafael Buelna, entre otros.
Su candidatura es combatida con toda la fuerza del Estado y fracasa. Por eso, entre 1923 y 1935 De la Huerta estuvo exiliado. Primero en Nueva York, y después en Los Ángeles, California, en donde sobrevivió como maestro de bel canto. “Ni él ni sus familiares sufrieron estrecheces, ni pidieron ni recibieron auxilio de nadie” (Guzmán Esparza).
Al regreso a México, el presidente Cárdenas designó a De la Huerta como visitador de consulados y posteriormente director de Pensiones. Por breve tiempo ejerció el periodismo en Horizonte, un periódico que él fundara. Así permaneció hasta el gobierno de Adolfo Ruiz Cortines. Murió el 9 de julio de 1955 en la Ciudad de México a los 74 años.
En su actuación pública demostró valor, inteligencia y un alto concepto de la moral pública. Ni como exgobernador de Sonora ni como expresidente de la República de calidad moral indiscutible se justifica el abandono de su memoria. Increíble resulta que en pleno siglo XXI los mexicanos nos desgarremos las vestiduras por estatuas de dictadores extranjeros, y que en su tierra no pueda De la Huerta competir con ex alcaldes y/o personajes muy menores que de buenas a primeras son distinguidos con nombres de calles, colonias y barrios. El absurdo total.
De los cinco ex presidentes de México de origen sonorense -que guardan especiales circunstancias-, a solo a dos se les rinden homenajes cada año: Al general Álvaro Obregón Salido se le recuerda cada 17 de julio en el panteón de Huatabampo, lugar que él eligió para “estar cerca de los restos de su querida madre”, según afirmaciones propias.
Al general Plutarco Elías Calles se le recuerda cada 19 de octubre (murió en esa fecha, en 1945). Sus restos fueron exhumados del panteón de Dolores el 20 de noviembre de 1969 y trasladados al monumento a la Revolución. El mismo día, pero de 1970, muere Lázaro Cárdenas y solo en el primer aniversario se les homenajeó juntos. Por obvias razones ahora se desarrollan dos ceremonias el mismo día.
El general Abelardo L. Rodríguez -el único que ha sido gobernador de Sonora después de presidente- murió en 1967 y sus restos descansan en El Zauzal, Baja California.
Como que va siendo tiempo de replantearnos no solo la valoración de nuestra historia reciente. También de quitarnos de encima mitos y superficialidades que no nos permiten hacer honor a quien honor merece, como es el caso de Adolfo De la Huerta Marcor, quien marcó una época en México y en Sonora. Pruebas las hay por todos lados. Es cuanto.