Nota publicada: 2006-08-27
“Mujeres, oh mujeres tan divinas, no queda otro camino que adorarlas”:Martín Urieta
En Sonora se han realizado 18 elecciones y se ha elegido a 1,252 alcaldes de 1955 a la fecha. De ese número, sólo 39 mujeres han sido elegidas como presidentas en 32 municipios. Es decir, menos del 4% de ese total partiendo de la primera elección constitucional celebrada desde que en 1953 se les concediera a las mujeres el derecho a votar y ser votadas.
Si consideramos que en Sonora la geografía política se ha modificado de 69 municipios a 70, con Plutarco Elías Calles (1989), y a 72, con San Ignacio Río muerto y Benito Juárez (1996), históricamente el dato nos dice que en materia de derechos políticos e igualdad de género han sobrado las palabras y han faltado las acciones. ¿Cómo explicar el fenómeno?
Desde luego, hubo regidoras en ayuntamientos desde mediados de los sesenta del siglo pasado como Doña Rosa Quintana (Huatabampo). También diputadas locales, como María Jesús Guirado (1955), Refugio Bracamontes (1964), Enriqueta de Parodi (1967) y Guadalupe López Rodríguez (1970); quienes representaron a los distritos IX de Navojoa, II de Magdalena, IV de Hermosillo y VII de Ures. Pero tuvieron que pasar 20 años de la reforma constitucional aludida para que se dieran los primeros casos de presidentas municipales en la geografía sonorense.
En 1973, Alicia Arellano Tapia (que también fue la primera senadora de la entidad en 1964) en Magdalena, e Irene Ortiz en Tubutama fueron las primeras en salir a la palestra. Les siguió Hilda Montaño Durazo, en Huásabas (1976). De nuevo Alicia Arellano, pero ahora por Hermosillo, junto a Griselda Miranda y Rosa Urania Valenzuela Ibarra, en Arivechi y Ónavas en la elección de 1979.
En 1982 continuó Gloria Gracia como interina en Cumpas e Irma Aguilar de Gaxiola en Bácum, y aumentaron con Josefina Celaya, Martha Silvia Grijalva y Concepción Bermúdez, en Átil, Benjamín Hill e Imuris. Para 1985 gobernaron con Zarina Fernández, Olga Acosta y Lourdes Cruz, en Magdalena, Carbó y Baviácora.
Para 1988, se encumbraron Francisca Cerecer Castillo, Luz Mercedes Federico y Rosalía Ortega, en La Colorada, Rayón y Santa Cruz.
En 1991 sólo dos mujeres obtuvieron alcaldías: Guadalupe Arrivigues en Huépac, e Irma Socorro Galaz Bustamante en Nacozari.
En Divisaderos, Pitiquito, y San Javier, gobernaron Francisca Coronado Acuña, Valentina Ruiz Lizárraga y Rosario Flores Leyva, de 1994 a 1997.
De 1997 al 2000, Sara Valle, Maritza Zuñiga, y Guadalupe Moreno Robles, gobernaron en Guaymas, Quiriego y San Ignacio Río Muerto.
Volvieron a la carga siete del 2000 al 2003: Irma Villalobos, Cristina Carvajal, Teresa Monge Esquer, Josefina Romero Salazar, Sara Sofía Ochoa Ruiz, Yulma Espinoza y María Elena Araiza Castro, en Agua Prieta, Benito Juárez, Bacanora, Imuris, San Javier, Mazatán y Santa Ana.
Del 2003 al 2006 sólo ganaron Dolores del Río Sánchez en Hermosillo, y Bertha Alicia Leal Altamirano en Cucurpe. En estos casos, ninguna de ellas impulsó a mujeres para que las sustituyeran, ambas impulsarían candidatos que perdieron en la elección constitucional. Igual sucedió con Irma Villalobos en el 2003 en Agua Prieta.
En San Javier en el 2003, Sofía Ochoa Ruiz investida contralora favoreció la táctica del gobierno estatal de entonces, de inhabilitar a Rodrigo Carlton, ex tesorero del municipio, para truncarle sus aspiraciones por Yécora. Por esas machincuepas, el gobierno del estado y el PRI le entregaron Yécora al PAN, donde ha ganado los últimos dos procesos.
De todos los casos señalados la única que repitió, pero en un municipio distinto, fue Alicia Arellano. Al buscar ésta la diputación federal en 1985, fue objeto de las truculencias políticas de entonces y a la brava le negociaron la diputación. A Cristina Carvajal y a Sara Valle las destituyó el aparato estatal también cobrándoles facturas con saña. Maritza Zuñiga e Irma Aguilar morirían al terminar sus períodos en forma trágica.
En julio pasado fueron electas cinco presidentas municipales: Ruth Acuña (Alamos), Adriana Hoyos (Magdalena) -¿que tiene Magdalena?-, Guadalupe Guerrero (Quiriego), Rosa Armida Ochoa (San Felipe) y Karina García (Tubutama). Hasta aquí, y en 53 años, sólo 32 municipios han elegido mujeres para su gobierno. No hay un marco de referencia único para explicarlo, porque las mujeres lo mismo han gobernado en la sierra que en los valles, en la capital del estado y en las fronteras, en municipios grandes y chicos. Incluso los dos más recientes -San Ignacio Río Muerto y Benito Juárez- tuvieron alcaldesas en su primera y segunda elección.
El municipio de Magdalena ha elegido en tres ocasiones a mujeres. Imuris, Quiriego, San Javier, Hermosillo y Tubutama han tenido mujeres en dos períodos distintos. Cada uno de ellos guarda su propia circunstancia.
De 1955 a la fecha, más de 50 mujeres han llegado al congreso local por distintos partidos políticos, algunas hasta en dos ocasiones.
En el Senado sólo dos mujeres sonorenses han obtenido un escaño: Alicia Arellano Tapia (1964-1970) de elección y Leticia Burgos (2000-2006) por representación proporcional. La entidad ha aportado a la historia de México a dos candidatas presidenciales: Cecilia Soto y Patricia Mercado.
También algunas diputadas federales: Petra Santos, Rosario Oroz, Angelina Muñoz, Cecilia Soto, María Isabel Velasco, Alma Vucovich, Martha Dalia Gastélum, Luz Salazar Pérez, Olga Haydeé Flores y Viola Corella, pero -la ironía- por elección directa sólo Rosario Oroz del PRI e Isabel Velasco y Salazar Pérez del PAN, el resto por la vía de la representación proporcional.
¿Qué ha fallado? ¿Qué hay que hacer para que haya más mujeres en cargos de representación e impulsar seriamente la paridad de género? Indudablemente seguir luchando por más y mejores reformas, pero también ir a la realidad y avanzar en el desarrollo cultural de la entidad que consolide en la práctica (ya esta en la ley; ¿y?) sus derechos y que haga se cumplan las normas. También combatir prejuicios arcaicos, la discriminación y el golpeteo contra ellas; promover una mayor democratización de los partidos políticos y de organizaciones femeniles de partido algunas de ellas francamente obsoletas. También se requiere de una rotación de los liderazgos y lo más importante, buscar el blindaje para las mujeres en política contra esa perniciosa tendencia actualizada y manejada en los municipios de que “para hacer política” se requiere de mucho dinero, un dinero que ni las mujeres ni los militantes modestos tienen, dándole con ello manga ancha a los cacicazgos y a los grupos de poder económico para manejar a su antojo y desde la penumbra la selección de presidentes, síndicos y regidores, sin respetar los ordenamientos y los derechos de la militancia, provocando en consecuencia las desbandadas partidistas que tanto se han incrementado de 1994 a la fecha.
Porque ahora resulta que los grupos de interés caciquiles que han desplazado a la militancia en los municipios (en muchos casos concesionarios de gasolineras, coyotes y expendedores de cerveza) se han apropiado de los partidos y los apañan con candidatos de todos colores y sabores, que ganan sin importar las lealtades. Lo mismo apoyan al PRI o al PAN o a otros cuándo les conviene. En el pasado, los partidos representaban a la diversidad. Y ahora, esos grupos, por conservadores, gananciosos y calculadores por lo que se ha visto, no quieren a mujeres como candidatas. Algo se tendrá que hacer y muchos debates habrán de ocurrir todavía en torno a la igualdad sustancial entre hombres y mujeres. Ahí está el detalle. Ya hay una nueva ley general para la igualdad entre mujeres y hombres, pero falta trabajar sobre la realidad. ¿Estaremos todos a la altura de los nuevos retos?. Es pregunta.