• Hermosillo, Sonora, México a     |  Año 29 No. 11    

 La justicia de los aplausos

Omar Alí López Herrera / [email protected]




Nota publicada: 2025-04-01

Sin Medidas Tintas

Omar Alí López Herrera

 

La justicia de los aplausos.

México, nuestra nación de las transformaciones audaces, está a punto de embarcarse en la más luminosa de las aventuras democráticas: la elección de juzgadores. Después de siglos de tediosa meritocracia, estudios interminables y esa cosa rancia llamada carrera judicial, ¡por fin llega la democracia real! ¿Para qué confiar en expertos en leyes cuando podemos confiar en el infalible instinto del pueblo bueno, ese mismo que elige con sabiduría a sus representantes políticos?

¡Qué idea tan encantadora la de que el pueblo elija al Poder Judicial! Como un flautista moderno que llega prometiendo librarnos de las ratas de la corrupción y el elitismo judicial con una simple melodía electoral. Adiós a esos anticuados requisitos como el conocimiento técnico, la experiencia o esa reliquia innecesaria llamada independencia judicial. Por fin, la justicia será directamente del pueblo y para el pueblo, guiada por el aplauso popular en lugar de esas aburridas leyes y principios.

Claro, hay quienes, con una miopía preocupante, señalan que el Poder Judicial mexicano actual tiene sus "problemillas". Ya saben, menudencias como el nepotismo, la lentitud exasperante y esa molesta tendencia a parecer un club. Pero la solución mágica ha llegado: que votemos. Si funciona para elegir diputados que luego no recordamos, ¿por qué no para seleccionar a quien decidirá sobre nuestra libertad, nuestro patrimonio o la constitucionalidad de las leyes? Es de una lógica aplastante.

Imaginemos el emocionante espectáculo que veremos. Candidatos a juez haciendo campaña y buscando el voto. ¿Necesitarán financiamiento? ¡Por supuesto! Y qué mejor manera de asegurar la "cercanía" con la gente que recibir aportaciones de... bueno, de quien quiera aportar. Empresas, sindicatos, ciudadanos entusiastas y, por qué no, quizá algún grupo filantrópico con intereses particulares en que la ley se interprete de una manera... flexible.

Además, los debates serán fascinantes: en lugar de discutir áridas teorías del derecho o criterios de proporcionalidad de derechos fundamentales, veremos quién tiene el mejor eslogan, quién conecta más con el "sentir popular" (sea lo que sea que eso signifique) o quién promete meter a la cárcel a más gente, sin importar esa cosa llamada debido proceso. El conocimiento de la ley palidecerá, como debe ser, ante una sonrisa carismática. Nada mejor que convertir a los jueces en actores políticos en lugar de garantes del estado de derecho.

Los aguafiestas de siempre, esos juristas trasnochados y académicos aburridos, murmuran algo sobre la "naturaleza contramayoritaria" del juez. Dicen que su función es proteger la Constitución y los derechos de todos, ¡incluso de las minorías!, frente a los posibles excesos de las mayorías o del propio gobierno. ¡Qué ocurrencia tan antidemocrática! ¿Proteger a unos pocos del sentir de la mayoría?, ¿Ponerle frenos al poder elegido por el pueblo? Suena a sabotaje.

Lo que necesitamos son jueces que sintonicen con la opinión pública del momento, que reflejen el humor social en sus sentencias. Si hoy la masa pide linchamiento, un juez sensible sabrá cómo interpretar la ley para complacerla. ¡Eso es eficiencia y sentir ciudadano!

Y ni hablar de esa ridiculez llamada "independencia judicial", ¿para qué la queremos? Es mucho más práctico y eficiente que los jueces sientan el aliento de la política en la nuca. Que sepan a quién le deben el puesto. Que entiendan la importancia de no contrariar a quienes movilizaron los votos o financiaron su campaña. Se acabarán esas sentencias incómodas que frenan megaproyectos "populares" o que defienden derechos que a la mayoría no le importan. ¡Disciplina partidista, faltaba más!

La logística será un paseo, porque se trata de organizar elecciones para miles de cargos judiciales en todo el país. ¿Costoso? Un pequeño precio de 8,800 millones de pesos por esta fiesta democrática.

¿Será complicado que el votante se informe sobre cientos de candidatos a juez? ¡Bah! Detalles menores. Con que reconozcan el partido que los respalda será suficiente; lo que importa es el fervor democrático.

Así que preparémonos para dar la bienvenida a esta justicia politizada hasta la médula, sensible al aplauso y perfectamente alineada con quien mande en el ciclo electoral. Se acabaron los jueces estirados y encerrados en sus torres de marfil legal; tendremos jueces de campaña, jueces de mitin, jueces que nos guiñen el ojo desde la boleta electoral. Será, sin duda, una transformación histórica. Un salto audaz hacia... bueno, hacia algún lugar emocionante e impredecible.

Brindemos por esta genialidad que, bajo la noble bandera de la democratización, nos ofrece el fascinante espectáculo de convertir la judicatura en el concurso de popularidad más grande del país. ¿Qué podría salir mal?

 



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