• Hermosillo, Sonora, México a 2025-04-28  |  Año 29 No. 11    

Callamos ante el poder


Nota publicada: 2025-04-28

Sin Medias Tintas

Callamos ante el poder.

Por Omar Alí López Herrera

 

Callamos no por ignorancia, sino porque aprendimos a sobrevivir en silencio.

 

Mientras se expande el poder y erosiona equilibrios democráticos, la reacción social ha sido tibia o inexistente. Esta no es ni casual ni por simple apatía, sino que emerge de una intrincada red de factores históricos, estructurales y emocionales que nos mantienen inmóviles ante un cambio que podría redefinir el futuro político de México.

Nuestro país arrastra una memoria profunda de gobiernos fuertes y centralizados. Desde el dominio del PRI durante siete décadas hasta el personalismo político de hoy, la figura del "líder fuerte" se ha naturalizado en el imaginario colectivo, como si fuera una sombra ancestral que nunca terminó de disiparse. La concentración del poder no representa una amenaza inmediata para muchos, sino una continuidad de lo conocido, un eco de épocas en que la estabilidad aparente se compraba al precio de libertades paulatinamente cedidas.

La corrosión institucional se ha instalado como proceso silencioso. Las instituciones democráticas por las que tanto luchamos —me incluyo, en el caso del INAI— no lograron arraigarse como nuestro patrimonio ciudadano, y su defensa se percibe como una causa ajena o asunto de élites. Esta distancia emocional explica por qué su desmantelamiento encuentra tan poca resistencia en las calles.

La baja confianza en los partidos políticos, sindicatos y organizaciones civiles debilita cualquier posibilidad de movilización efectiva, y tras décadas de manifestaciones que no lograron cambios estructurales profundos, existe escepticismo sobre la eficacia de la protesta como herramienta de transformación social. En este paisaje desolado, el "¿para qué?" resuena más fuerte que el "¿por qué?".

Aunque las redes sociales diversificaron las fuentes de información, la mayoría de nosotros sigue expuesta a medios que tienden a minimizar o justificar la centralización del poder. Así, se instala una asimetría informativa que anestesia la conciencia colectiva y pulveriza cualquier intento de respuesta organizada. El espacio digital, lejos de ser el ágora democrática deseada, se ha convertido en cámara de eco donde cada quien escucha solo lo que confirma sus creencias.

En paralelo, los programas sociales que benefician a millones generan una relación clientelar entre el gobierno y los sectores más vulnerables. Esa dependencia es una cuerda invisible muy resistente, que tapa las bocas de quienes, en otras circunstancias, podrían alzar la voz.

A esto le agregamos hoy la violencia como amenaza cotidiana, porque el miedo se convierte en una poderosa herramienta de control social. La criminalización de la protesta, las agresiones a periodistas y defensores de derechos humanos, y la sensación de impunidad generalizada refuerzan la idea de que manifestarse es un riesgo que no vale la pena correr. En la geografía del miedo, cada esquina es una advertencia, y cada silencio, una estrategia de supervivencia.

La polarización ideológica también juega un papel importante, porque estamos divididos entre narrativas que impiden la construcción de una demanda colectiva. Cada uno de nosotros vive su propia realidad, aislado del otro, sin una agenda común capaz de articular la resistencia. Somos islas desconectadas en un mar de resignación, incapaces de reconocernos como parte de un mismo naufragio democrático.

Se entiende que el cansancio colectivo tras años de crisis superpuestas —económicas, sanitarias, de seguridad— ha dejado una sociedad con energías apenas suficientes para la supervivencia cotidiana; pero, ¿eso justifica que la indignación se disuelva en la fatiga, y la participación cívica se sacrifique en el altar de la inmediatez?

El silencio de la sociedad mexicana ante la centralización del poder no es, entonces, sinónimo de ignorancia o indiferencia, sino el resultado de un entramado complejo de historia, miedo, dependencia y desconfianza. Romper esta inercia implicaría redefinir qué significa ser ciudadano en el México de hoy.

La pregunta pendiente es si surgirá un catalizador capaz despertar nuestro adormecido músculo ciudadano: una crisis económica profunda, un caso de corrupción imposible de ignorar, un liderazgo moral que trascienda divisiones, o simplemente el punto donde la acumulación de agravios supere al miedo… ¿o esto ya pasó?

 



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